Buenas prácticas para trabajar por la inclusión del alumnado con síndrome de Down en las escuelas10/2/2020 Cuando llega un alumno con síndrome de Down a la escuela, es común que el profesorado se encuentre con la incertidumbre de no saber que hacer, por dónde empezar, ni cómo llevar a cabo una intervención de inclusión. Las siguientes claves son prácticas que propician bases para el éxito en el proceso de inclusión, dirigidas a profesores con interés en integrar a un alumno con síndrome de Down en su clase. PacienciaCon los alumnos en general, con los alumnos con necesidades educativas especiales y específicamente con los alumnos con discapacidad intelectual y síndrome de Down, la paciencia es la principal virtud con la que ha de contar un educador. Si hay una palabra que los profesionales repiten incansablemente en el asesoramiento sobre la intervención con niños y niñas con síndrome de Down esa es ¡paciencia! Paciencia cuando se pretende que nos mire, que se siente, que se ponga de pie, que camine, que coma solo, que hable, que lea, que… Darle tiempo cuando se está vistiendo, cuando nos va a hablar, cuando caminamos a su lado, cuando queremos que aprenda algo o que domine una destreza. La integración en el colegio requiere mantener la calma, no tener prisa, tener paciencia, saber esperar, darle tiempo al tiempo. La inclusión es un camino siempre abierto y que se hace al andar, una dirección que se toma en los centros educativos y a cuyo destino final nunca se llega. Es un proceso en constante elaboración. En sentido estricto, no hay colegios que se nieguen a admitir a alumnos con síndrome de Down, sino colegios que aún no se lo han planteado o que ahora no están dispuestos a recibirlos, pero todos son susceptibles de acogerlos en un momento u otro. Todas las escuelas reciben a alumnos con algún tipo de dificultad de aprendizaje; el punto de inclusión lo marcaría el grado de dificultad que el centro se siente con ánimos de atender. Por eso, un profesor que decida trabajar por la integración de un niño concreto con síndrome de Down, ha de tener paciencia y dejar que el centro educativo en su conjunto y el resto del profesorado en particular, vayan asimilando y aceptando poco a poco la nueva situación, la presencia del nuevo alumno. En este tema, como en la mayor parte de los asuntos importantes de la vida, las prisas no son buenas consejeras. La paciencia posee un mágico poder por el cual se acaba por conseguir lo que uno quiere, si se sabe esperar (Ruiz, 2011). Evitar la hiperactividad educativaEsperar está bien, pero no basta con quedarse sentado. La paciencia mencionada anteriormente, ha de ser una paciencia activa. Eso significa que es necesario comenzar a hacer algo, pero no hacer por hacer. En el caso del alumno con síndrome de Down, la “hiperactividad educativa” consiste en proponerle mil actividades sin sentido o que haga muchas cosas para que no esté en ningún momento desocupado. Muchos alumnos con síndrome de Down se pasan horas y horas coloreando, o copiando textos, que el maestro les prepara, en ocasiones con la mejor intención del mundo, queriendo que no pierda su tiempo. Que tengan síndrome de Down no quiere decir que les guste realizar actividades monótonas y repetitivas. Ellos también se cansan y necesitan dejar que su mente se recupere tras la tensión que supone intentar seguir el ritmo, trepidante para ellos, de las clases y de las tareas. Respecto al profesional que intenta integrar al niño con síndrome de Down en su aula, ha de tener mucho cuidado con el “efecto gaseosa”, puede que cuando se entere de que va a tener un alumno con estas características intente hacer muchas cosas, se entusiasme, y le ocurra como a las gaseosas al agitarlas, que expulsan gran cantidad de gas, que posteriormente hace perder fuerza a la bebida o, lo que es lo mismo, mucha energía al principio que luego se queda en nada. El exceso de actividad educativa a favor de la integración en los comienzos suele difuminarse al cabo de unos meses, o de unas semanas, o de unos días, y acabar desapareciendo. El educador debe saber que no por mucho trabajar amanece más temprano, que multiplicar los ejercicios no es garantía de óptimos resultados y que es mejor la calidad que la cantidad. Cambios: Pocos y pequeñosLa crisis, en muchas ocasiones, son benéficas, esto desde una perspectiva de crisis positiva, por ejemplo: la necesidad ocasional de transformar la realidad para adaptarla a las nuevas circunstancias. Sin embargo, hemos de ser conscientes de que las innovaciones pueden provocar resistencias y que no es bueno que esos cambios sean excesivamente bruscos. En este sentido, el profesor con interés en integrar a un niño con síndrome de Down en una escuela ha de pensar en un plan de trabajo en el que tenga previstos pocos cambios pero que tengan altas probabilidades de consolidarse. Las pequeñas transformaciones acaban, día a día, produciendo grandes cambios que se mantienen en el tiempo, como la gota incansable que cae sobre la roca. Buscar alianzasSi hay una clave esencial dentro de este blog de reflexión de buenas prácticas, sería ésta. Un educador que quiera trabajar solo en este terreno tiene muchas probabilidades de quemarse en el intento. El profesor solo ante el peligro, el padre que quiere hacer la guerra por su cuenta, el quijote idealista y solitario, se agotarán sin remedio. De ahí que sea preciso buscar alianzas. Los padres han de buscar la comprensión, la complicidad y el apoyo de otros padres, de profesionales, de asociaciones y fundaciones especializadas. Y si no existen, crearlas. El profesor que quiera integrar a un niño en un colegio ha de buscar aliados entre otros profesores, entre los especialistas, en el equipo directivo, entre los padres, en el personal de administración y servicios, donde sea. Se ha de procurar implicar a todo el mundo, comenzando por unos pocos, por aquellos que sientan una inicial inclinación favorable, por los que tengan cierta inquietud, por quienes muestren comprensión (Ruiz, 2011). En este sentido, hablando de alianzas, la alianza situada en primer lugar sería la de los responsables educativos, tanto de la administración como de los centros educativos concretos. Existen unos fundamentos legales que recogen expresamente el derecho a la inclusión educativa de los alumnos con síndrome de Down y con otras necesidades educativas especiales, y si se aplican con rigor, los demás elementos se desarrollarán con más comodidad en torno a ellos. La mayor parte de las naciones han suscrito, por ejemplo, la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (ONU, 2006), que reafirma el derecho de estas personas a la educación, sin discriminación y sobre la base de la igualdad de oportunidades, asegurando un sistema de educación inclusivo a todos los niveles. El problema reside en que la presencia de esas leyes no garantiza el reflejo posterior de lo que en ellas se recoge en la realidad cotidiana de los centros educativos. Aquí es preciso mencionar la imprescindible dotación financiera, que permitirá la concreción y aplicación de los principios legales proclamados, para que no se queden en una mera declaración de intenciones o formulación de buenos deseos. Posteriormente han de ser los responsables de la administración los que deben hacer llegar a la realidad diaria de las aulas el espíritu de estas leyes. Información y formaciónEsencialmente, el factor principal para predecir el éxito de la integración escolar de los alumnos con síndrome de Down es la actitud del personal docente. No obstante, la actitud no es suficiente para asegurar el logro de resultados positivos en el proceso educativo, la buena voluntad ha de venir acompañada de conocimiento del tema, para poder aplicar las medidas adecuadas para responder a las necesidades educativas específicas de cada niño. Esto requiere que el profesional educativo que pretenda integrar a un niño con síndrome de Down en una escuela ha de contar con aptitud, capacitación y la formación indispensable para proporcionar esas medidas. Actitud y aptitud, como siempre, se entrelazan y complementan, como las dos caras de una misma moneda. En este sentido, es inadmisible la disculpa de algunos profesores que argumentan que ellos no están preparados para atender al alumnado con síndrome de Down. Un profesional que sienta que no está formado para educar a determinados alumnos, tiene la obligación moral y profesional de capacitarse. Nunca, como ahora, se ha dispuesto de tantas posibilidades de formarse y de informarse, en la actualidad, existen especialistas con servicios de apoyo y asesoramiento; con centros especializados, asociaciones y fundaciones, con abundante información, tanto en forma de bibliografía, revistas especializadas y artículos profesionales, como accesible a través de Internet, así como con numerosas alternativas de formación, cursos, congresos o seminarios, locales, regionales, nacionales e internacionales. Sin embargo, es verdad que se echa en falta en los centros de formación inicial y permanente del profesorado (escuelas de magisterio, centros de formación del profesorado y cursos de aptitud pedagógica), la presencia de mayor número de programas y materias relacionados con la atención a la diversidad en general y con los alumnos con necesidades educativas especiales en particular. Por otro lado, sería recomendable acercar la formación permanente del profesorado a las aulas, de forma que puedan llevar a la práctica los nuevos enfoques didácticos en el contexto de sus propias clases. Crear guías de buenas prácticasLas guías de buenas prácticas son unos documentos que resultan sumamente valiosos, ya que incluyen la recogida de la experiencia diaria con los alumnos con síndrome de Down. Es conveniente que los centros educativos recojan de manera sistemática las pautas de actuación que les han resultado eficaces en su experiencia docente cotidiana. Por ejemplo, guías en las que se aleccione al resto de sus compañeros sobre la forma en que han de tratar al alumno con síndrome de Down explicándoles que han de evitar la sobreprotección, ayudarle solo cuando lo necesite, exigirle, jugar con él, escucharle o darle el tiempo que precisa. Se ha de tener en cuenta que en el caso de los niños con síndrome de Down, su mayor problema no es, como en otras discapacidades, su invisibilidad, sino precisamente que son demasiado visibles y se convierten en alguien a quien todo el mundo conoce y la mayor parte de la gente sobreprotege. En esas guías de buenas prácticas se ha de dejar claro que a los niños con síndrome de Down se les ha de proporcionar un trato semejante, que incluya concederle los mismos derechos y exigirle las mismas responsabilidades que a los demás, sin privilegios gratuitos. Una cosa es la discriminación positiva (dar más al que menos tiene) y otra es darle ventajas que no necesita ni le convienen. Intercambiar experiencias entre profesores y entre centros es también una medida muy fructífera, que proporcionará, de forma añadida, nuevas alianzas que permitirán ampliar las redes sociales a favor de la inclusión. La agenda del profesor, por último, es una práctica tan poco extendida como eficaz, en la que los maestros recogen por escrito en un cuaderno, al terminar el día y durante unos minutos, todo lo que en su clase ha ocurrido en la jornada escolar. Esa información recopilada en amplios periodos de tiempo es extremadamente valiosa para estudiar el desarrollo del proceso inclusivo del alumno con síndrome de Down (Ruiz, 2011). Crear espacios y tiempos para el dialogoLa inclusión requiere dedicar tiempo a dialogar, a llegar a acuerdos sobre perspectivas pedagógicas, a compartir dudas y certezas. Se ha de partir de una idea clara y común de la inclusión y asumir la corresponsabilidad del proyecto, que abarque más allá del aula, al centro, al entorno y a la administración educativa. Es admisible ir por caminos distintos, pero teniendo todos muy clara la meta final. Hablar de los temas siempre es positivo. Del debate nace el enriquecimiento mutuo, la clarificación de los distintos puntos de vista y el aprendizaje compartido. Es preciso escuchar los diferentes puntos de vista y desvelar, dentro del currículum oculto, las ideas relacionadas con la inclusión de los niños con síndrome de Down que manejan profesores, alumnos y familias; aclarar ideas y prejuicios, que no son más eso, juicios previos, sin base racional. Es bueno hablar de ello y poner en claro esos juicios erróneos. ¿Por qué creen algunas personas que no es viable el proyecto de integrar al alumno con síndrome de Down? Es un tema delicado que se ha de abordar con cautela. Probablemente sea precisa una sensibilización previa de la comunidad educativa y la desmitificación de los conceptos erróneos respecto a lo que supone la integración para el centro educativo. Si las personas involucradas en el trabajo diario no creen en la viabilidad del proyecto, difícilmente podrán aportar el entusiasmo preciso para llevarlo a cabo. Más aún, mostrarán actitudes de rechazo abierto o de resistencia u oposición encubiertas, que entorpecerán el avance o darán al traste con las medidas acordadas. Hay ideas que no se manifiestan, pero se pueden aportar argumentos bienintencionados, como: “que se encarguen los especialistas”; “¿no estará mejor en otro sitio?”; “yo no estoy preparado”, etc. Lo cual es preciso evidenciar, puesto que así se desvelan los prejuicios, los estereotipos y se cambian las actitudes. Se han de clarificar también, sacándolas a la luz, las ideas preconcebidas y erróneas, por ejemplo, respecto a la posible pérdida de calidad o de nivel educativo en el centro, o a los supuestos efectos perjudiciales que tiene para sus compañeros la presencia de alumnos con síndrome de Down o con otras discapacidades en la escuela. En este sentido, y dentro del marco del debate constructivo, es recomendable dejar de echar la culpa a los demás y asumir cada uno la propia responsabilidad en el proceso de inclusión del alumno con síndrome de Down. Cada persona ha de cargar con el peso que le corresponde. No podemos estar siempre responsabilizando a otros: “es que el colegio”, “es que la familia”; “es que los profesores”, “es que los especialistas”, “es que la administración”. Cada uno ha de asumir su parte de corresponsabilidad. Referencia: Ruiz, R. E. La inclusión del alumnado con síndrome de Down en las escuelas: claves para el éxito (Cómo trabajar por la integración sin morir en el intento). Down Cantabria. 28: 61-69, 2011. En: http://revistadown.downcantabria.com/wp-content/uploads/2011/06/revista109_60-69.pdf?fbclid=IwAR1GislIPJgd4coT_1c5j5q3znTagHlT7ZUDzy231IVym63Y_JHh6xTw2FY Sitios y bibliografía de interés:
Ruiz E. Integración educativa en el aula ordinaria con apoyos de los alumnos con síndrome de Down: sugerencias prácticas. Revista Síndrome de Down. 24: 2-13, 2007. En: http://www.downcantabria.com/revistapdf/92/2-13.pdf Ruiz E. Síndrome de Down: la etapa escolar. Guía para profesores y familias. CEPE. Madrid. 2009
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